Se trata de conflictos que no necesariamente se suscitan a partir de un impacto o daño, sino de alguna transformación no consensuada en la relación habitual que una población ha tenido con el ambiente. Abarca una pluralidad de conflictos vinculados a la dimensión ambiental, que se originan cuando se tensiona la estabilidad históricamente lograda, por interferencia de un agente externo que altera o busca alterar las relaciones preexistentes entre una comunidad y el medio ambiente o cuando esta comunidad modifica su relación con el ambiente afectando los intereses de algún miembro o miembros (Folchi 2001).
Corresponde a aquellos conflictos en que si bien pueden tener un componente ambiental, el enfoque principal de los actores movilizados no es la defensa, ni preservación del ambiente. No emergen a partir de una consciencia ambiental, no intervienen necesariamente valores ecologistas de defensa de la naturaleza; sino incluso puede ser disputas por un ambiente dado, por los beneficios de esos ambientes, por el acceso a los recursos naturales y a su utilización. Lo ambiental funcionaría como un telón de fondo, mientras hay otros intereses que llevan a la movilización: cuestiones económicas, políticas y sociales.
Las disputas pueden darse dentro de una misma clase social, las alianzas pueden darse interclase y se generan no necesariamente en un escenario de contaminación o como respuesta a procesos depredadores de la naturaleza, sino que son efecto de cualquier transformación ambiental llevada a cabo sin un consenso previo sean estas transformaciones buenas o malas (Folchi 2001). No siempre están comprometidos con valores o ideales ambientalistas. Son resultado de una serie de percepciones y urgencias materiales. Los conflictos de contenido ambiental son una mezcla entre intereses económicos, problemas sociales e intereses de diversa índole
Son conflictos relacionados con la movilización de actores locales o gobiernos seccionales encaminados a la búsqueda de una redistribución de beneficios rentistas de actividades del desarrollo y proyectos extractivos. Pueden haber poblaciones que se movilicen no necesariamente a partir de una conciencia ambiental, a partir de la conciencia de posibles daños ambientales, sino a partir de necesidades materiales y la búsqueda de que los beneficios económicos de las actividades que se realizan en los territorios, se desprendan en participación en regalías, obras de inversión, infraestructura de servicios, entre otros aspectos. Las necesidades existentes, ausencia de políticas y las desigualdades estructurales (de clase, localización geográfica, etnicidad, racismo y otras) inciden ampliamente en el desenlace de estos conflictos, y en los procesos de movilización respectivos. Hay actores que hábilmente pueden evidenciar oportunidades, posibles ganancias que permitan la movilidad social.
Están caracterizados por varios cambios estructurales y sociales, tales como la quiebra del estado de bienestar, el surgimiento de nuevas matrices políticas y nuevos valores universales como los derechos humanos y territoriales, la profundización e intensificación del extractivismo y una mayor preocupación por el medio ambiente entre la población, originando en una mayor conciencia ambiental. Se enmarcan en una trama donde una distribución política y económica desigual genera desigualdades e inequidades en los distintos grupos humanos. Esto sumado a los impactos ambientales puede generar disputas por el territorio, entendido como espacio vital de sostenimiento de estas sociedades que son afectadas.
Los denominados CAL emergen a partir de impactos en el ambiente o daños ambientales. El impacto ambiental, la afectación a la salud de la gente local, su actividad productiva, o el ecosistema, entre otras, representa el punto de partida para los conflictos. Coadyuva la conciencia ecológica y una búsqueda de democratización en lo ambiental, para que las poblaciones se movilicen. Para Sabatini (1997) los conflictos ambientales son producto de la distribución económicamente desigual, lo que conducen a daños ambientales. La distribución desigual desencadena un juego por el control de los espacios vitales. De igual manera, el deterioro ambiental está conectado con el centralismo político, la ineficiencia del modelo liberal de redistribución de las riquezas. Los CAL no son puramente ambientales, sino que además abarcan dimensiones sociales, político-económicas y distributivas. Son eminentemente territoriales.
Surgen a partir de la distribución inequitativa de los beneficios y las cargas de las externalidades ambientales. Vinculados con las actividades del metabolismo social, estos conflictos se van incrementando a causa del aceleramiento del crecimiento económico y del creciente uso de materia y energía. Por lo tanto, los conflictos ecológico-distributivos se caracterizan como conflictos derivados de la distribución desigual de externalidades y las estrategias de apropiación de los recursos ecológicos, bienes naturales y servicios ambientales. En el ámbito de la distribución desigual de poder entre las poderosas empresas transnacionales del Norte y las poblaciones más perjudicados del Sur, el “ecologismo de los pobres”, según Martínez-Alier (2004), surge entre los pobres de los países del Sur global como respuesta a la amenaza que ejercen los poderes superiores sobre los recursos ambientales, que muchas veces constituyen la base del sustento de vida de los grupos afectados.
Quienes se movilizan generalmente son aquellos relacionados con el ecologismo de los pobres, o el ecologismo del sustento (Martínez Alier y Guha 1997) frente al reparto desigual de los riesgos ambientales y la pérdida del acceso a recursos y servicios ecosistémicos. Involucra poblaciones de comunidades locales, rurales, indígenas o peri urbanas movilizadas al afectarse sus medios de vida y sustento.
El ecologismo de los pobres o el ecologismo del sustento como la resistencia de la “gente de los ecosistemas” se moviliza contra el proceso de captura de recursos por parte del Estado o la expansión del mercado. Los conflictos ambientales toman lugar en torno a la tensión entre la gente de comunidades, que dependen casi exclusivamente de los recursos naturales de su propia comunidad para su sustento, y los “omnívoros” apropiándose de esos recursos naturales. Es decir, el ecologismo de los pobres surge en un contexto de degradación o hasta crisis ambiental.
La distribución en el sentido ecológico es entendida como diversos patrones espacio temporales que regulan el acceso a los recursos naturales y a los servicios ecosistémicos de la naturaleza, entendiendo a esta última como un espacio vital y que constituyen así mismo limitaciones políticas/económicas. Existen distribuciones ecológicas desiguales en las externalidades de las actividades productivas (como por ejemplo emisiones, desechos, descargas) y que se presentan según ciertos criterios como la etnia, la clase o el género.
En la distribución ecológica existen muchas asimetrías o desigualdades en donde suscitan distintos lenguajes de valoración. Por otro lado, en la distribución ecológica se abre un debate sobre reconocer las desigualdades por el acceso y la distribución de la riqueza y los costos ambientales desiguales, como en el caso de los movimientos en contra del racismo ambiental.
Son conflictos que emergen a partir de una mala distribución, que a su vez se genera a partir de una falta de reconocimiento. La distribución implica principalmente el aseguramiento de los sistemas de reproducción social dentro de los diversos grupos humanos, sistemas de florecimiento de las capacidades de los individuos y grupos, también está el tema de la participación. En este sentido la distribución de las consecuencias de un conflicto ambiental pasa por el problema del reconocimiento o su ausencia. Schlosberg (2007) encuadra reivindicaciones amplias en los movimientos pro justicia ambiental, que trascienden el enfoque de la distribución en el sentido de la justicia liberal. Se reivindica: reconocimiento, participación, condiciones para el florecimiento y bienestar (educación, salud, derecho a un entorno sano, participación, libertad para la opinión, entre otros aspectos).
La mala distribución depende de dinámicas y términos estructurales, sociales, culturales y económicos que crean y forjan desigualdades. Schlosberg (2007) identifica que la falta de reconocimiento y la falta de participación de ciertos grupos sociales juegan un rol clave en el surgimiento de distribución desigual de impactos ambientales – afectando las capacidades de dichos grupos – y por lo tanto en el desarrollo de conflictos ambientales, también. La desigualdad o la mala distribución se encuentran en la base de todos conflictos por la Justicia Ambiental.
Para Escobar (1999,2014) los conflictos ambientales no son únicamente conflictos económica y ecológicamente distributivos, sino que son además conflictos que emergen por una distribución cultural desigual. Donde se dan disputas económicas, ecológicas y territoriales, también se dan disputas ontológicas, disputas culturales, entre los diversos actores. Desde el lugar (nodos de articulación entre lo global y lo local) se generan modelos locales de naturaleza que configuran ontologías propias que se contraponen con las ontologías y visiones de la naturaleza que tienen, por ejemplo, los miembros de una empresa extractiva o el Estado. Generalmente se plantea pugnas ontológicas entre estos modelos locales con el modelo occidental y utilitarista que maneja el extractivismo en términos generales. Esto configura un escenario distributivo en el cual una ontología se superpone a la otra desplazándola, subordinándola, generando así conflictividad entre ambas visiones.
Guardan convergencia con la diferencia cultural y la pluriversalidad de las comunidades locales (indígenas, afrodescendientes, campesinas u otras). Según Blaser (2009) la ontología de la euro-modernidad actualmente representa la ontología hegemónica. Se caracteriza por su enfoque en el individuo, el mercado, la ciencia y la democracia y separa la Cultura de la Naturaleza, el individuo de la comunidad, y la mente del cuerpo. Es la ontología más poderosa que trata imponerse y oprimir otras ontologías “no-modernas”, que perciben el mundo de una manera diferente. Escobar (1999,2014) constata que muchas relacionalidades entre humanos, no humanos y otras entidades son amenazadas por la modernidad euro-centrista. Blaser (2009) subraya la importancia de prestar atención a lo no-moderno, a otras ontologías y modernidades realizadas. Los conflictos ontológicos se vuelven visibles siempre cuando sea contestada la ontología de la modernidad euro-centrista, cuando hay disputas por las valoraciones de y acceso a otros seres y entidades y cuando la diversidad y otros mundos son defendidos.
Son conflictos que reflejan interpretaciones diferentes entre diferentes actores involucrados (Estado, empresas, comunidades locales u otros), sobre lo que es el desarrollo y cuáles son sus objetivos. Las percepciones contrarias se dejan clasificar en los modelos de sostenibilidad débil y sostenibilidad fuerte.
En ambos modelos se trata de las posibilidades de la gestión de los diferentes tipos de capital, es decir, del capital social, económico, humano, y natural. Según el modelo de la sostenibilidad débil, una sociedad con el objetivo de accionar de manera sustentable debe asegurar que la suma de los cuatro capitales no sea decreciente. En este sentido, es posible que algunos capitales sean sustituidos por otros con fines de mantener la suma total. Se permite la compensación y sustitución de capital natural por capital manufacturado. Esto se explica porque la sostenibilidad débil se caracteriza por la conmensurabilidad fuerte de valores: cuando varios intereses y valores acerca de un conflicto ambiental están opuestos, se puede realizar una valoración de los diferentes valores a través de una reducción a un término único de comparación. La mayoría de las veces es el valor monetario que asume este rol del término de comparación.
El modelo de la sostenibilidad fuerte, al contrario, indica que el stock de cada tipo de capital debe ser mantenido de una manera independiente y debe ser no decreciente, así que aspira el mantenimiento de los recursos y servicios naturales físicos. En esta concepción del desarrollo para las poblaciones locales u otros actores (como organizaciones ecologistas) existen limitadas posibilidades de sustituir funciones ecológicas esenciales para la vida, en lugar de asumir estos capitales como sustituibles se deberían de entender como complementarios. Igualmente se refleja en la comparabilidad de los diferentes valores en conflicto. La sostenibilidad fuerte maneja una conmensurabilidad débil o inconmensurabilidad de valores, ya que hay una pluralidad de valores que no son reducibles unos a otros y requieren de soluciones de compromiso.
Según Bebbington (2009, 2013, 2008), los conflictos ambientales surgen a causa de contraposiciones de diferentes de ideas de sostenibilidad y de distintas miradas acerca del desarrollo territorial rural. Hay un interés de los actores involucrados en definir y participar en delinear las formas o modalidades del desarrollo a encaminarse en un territorio dado. Pueden surgir conflictos entre los gobiernos centrales, los gobiernos regionales y otros actores que se movilizan de manera organizada, movilizados para incidir en las determinaciones y decisiones sobre el territorio.
Bibliografía
Bebbington, Anthony & Bebbington, Denise Humphreys. 2008. Mining and social movements: struggles over livelihood and rural territorial development in the Andes. In World Development. Vol No. 36. Elsevier Ltd.
Bebbington, Anthony. 2009. “Industrias extractivas, actores sociales y conflictos”. En Extractivismo, política y sociedad. Quito: CAAP, CLAES.
Bebbington, Anthony; Humphreys Denise et al. 2013. Anatomies of conflict: social mobilization and new political ecologies of the Andes. En Anthony Bebbington and Jeffrey Bury. Subterranean struggles: New dynamics of mining, oil and gas in Latin America. Austin: University of Texas.
Blaser, Mario. 2009. Political Ontology, Cultural Studies No 23: 873-896
Escobar, A. 1999. An Ecology of Difference: Equality and conflict in a glocalized world. Focaal-European Journal of Antropology 47. (2006): 120–137
Escobar, Arturo (2014) Sentipensar con la tierra. Nuevas lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia. Medellín: Ediciones UNAULA.pp 94-135
Folchi, M. 2001. “Conflictos de contenido ambiental y ecologismo de los pobres: no siempre pobres, ni siempre ecologistas”. Ecología Política Nº. 22.
Martínez-Alier, Joan (2004). El Ecologismo de los pobres. Conflictos ambientales y lenguajes de valoración. Barcelona: Icaria. Pp 41-50,81-110.
Martínez-Alier y Roca Jusmet, Jordi. 2013. Economía ecológica y política ambiental. México: Fondo de Cultura Económica
Sabatini, F. 1997. “Chile: Conflictos ambientales locales y profundización democrática”. Ecologìa Polìtica. Nº13.
Schlosberg D. 2007. Defining environmental justice: theories, movements and nature. New York: Oxford University Press